sábado, 24 de marzo de 2012

Los Recuerdos de Sarmiento


“La prensa de todos los países vecinos ha reproducido las publicaciones del gobierno de Buenos Aires, y en aquellas treinta y más notas oficiales que se han cruzado, el nombre de D. F. Sarmiento ha ido acompañado siempre de los epítetos de infame , inmundo , vil , salvaje. Desciende el vilipendio de lo alto del poder público, reprodúcenlo los diarios argentinos, lo apoyan, lo ennegrecen. Mi nombre anda envilecido en boca de mis compatriotas; así lo encuentran escrito siempre, así se estampa por los ojos en la mente; y si alguien quisiera dudar de la oportunidad de aquellos epítetos denigrantes, no sabe qué alegarse a sí mismo en mi excusa, pues no me conoce, ni tiene antecedente alguno que me favorezca. El deseo de todo hombre de bien de no ser desestimado, el anhelo de un patriota de conservar la estimación de sus conciudadanos, han motivado la publicación de este opúsculo”.
Sarmiento publica “Recuerdos de provincia” desde su exilio en Chile con la intención de limpiar su nombre de la mala fama provocada por la prensa rosista. Se trata de una especie de autobiografía extendida a sus antecesores en la que intenta demostrar una especie de origen ilustre, aunque de todas maneras, el cuadro no es del todo genealógico ya que no establece la filiación directa del parentesco de los Sarmiento. Evidencia la aparente intención del autor de demostrar vinculación con los apellidos más notables de la historia sanjuanina, aunque también es cierto que no disimula su pobreza y no pierde oportunidad en defenestrar a otros de sus parientes cercanos de dudosa moralidad. De esta manera Sarmiento intenta relacionarse, por ejemplo con su primo segundo, Fray Justo Santa María de Oro (y Albarracín), aquel obispo de Cuyo quien fuera diputado por San Juan junta a Laprida en la asamblea de la declaración de la Independencia de 1816.
“Mis Recuerdos de Provincia son nada más que lo que su título indica. He evocado mis reminiscencias, he resucitado la memoria de mis deudos que merecieron bien de la patria, subieron alto en la jerarquía de la Iglesia; y honraron con sus trabajos las letras americanas; he querido apegarme a mi provincia, al humilde hogar en que he nacido. El cuadro genealógico es el índice del libro. A los nombres que en él se registran, lígase el mío por los vínculos de la sangre, la educación y el ejemplo seguido. Las pequeñeces de mi vida se esconden en la sombra de aquellos nombres”.
Sarmiento comienza su relato invocando un lejano pasado ancestral perdido en la época de la colonia del siglo XVI llegando a enorgullecerse del origen árabe de su familia materna apellidada Albarracín. “A mediados del siglo XII, un jeque sarraceno, Al Ben Razin, conquistó y dio nombre a una ciudad y a una familia que después fue cristiana. Me halaga y sonríe esta genealogía que me hace presunto deudo de Mahoma”.
Sarmiento no oculta sus orígenes pobres “Yo he encontrado a los Albarracines, sin embargo, en el borde del osario común de la muchedumbre obscura y miserable. Mi tío Francisco ganaba su vida curando caballos ejerciendo la veterinaria sin saberlo. De los otros once hermanos y hermanas de mi madre, varios de sus hijos andan ya de poncho con el pie en el suelo, ganando de peones real y medio al día”. 
A su vez tampoco duda al asumir una especie de culpa por las acciones de algunos familiares suyos, al tiempo que atribuye  las causas de la dudosa moralidad a un mal de especie genético. “La familia de los Sarmientos tiene en San Juan una no disputada reputación, que han heredado de padres a hijos, dirélo con mucha mortificación mía, de embusteros. Nadie les ha negado esta cualidad, y yo les he visto dar tan relevantes pruebas de esta innata y adorable disposición, que no me queda duda de que es alguna cualidad de familia”


El Que nunca faltó a Clases

La anécdota de aquel joven que no faltó un solo día en el colegio es relatada en esta obra. Eran tiempos en los que la influencia de la revolución de mayo extendía la nueva ideología republicana dando una importancia a la educación que no había tenido precedentes en la época de la colonia. “Pasé inmediatamente a la apertura de la escuela de la patria, a confundirme en la masa de cuatrocientos niños que acudían a recibir la única instrucción sólida que se ha dado entre nosotros en escuelas primarias. Permanecí nueve años sin haber faltado un solo día bajo pretexto ninguno, que mi madre estaba ahí, para cuidar con inapelable severidad de que cumpliese con mi deber de asistencia. A los cinco años de edad leía corrientemente en voz alta, con las entonaciones que sólo la completa inteligencia del asunto puede dar, y tan poco común debía ser en aquella época esta temprana habilidad, que me llevaban de casa en casa para oírme leer”


José de Oro y Benjamín Franklin: Influencias

El presbítero Don José de Oro fue el “maestro y mentor” del joven Sarmiento dejando una huella determinante en su educación.  “Mi inteligencia se amoldó bajo la impresión de la suya, y a él debo los instintos por la vida pública, mi amor a la libertad y a la patria, y mi consagración al estudio de las cosas de mi país, de que nunca pudieron distraerme ni la pobreza, ni el destierro, ni la ausencia de largos años. Salí de sus manos con la razón formada a los quince años, valentón como él, insolente contra los mandatarios absolutos, caballeresco y vanidoso, honrado como un ángel…”.
Sarmiento tuvo como modelo a seguir al prócer de la independencia norteamericana nacido en la ciudad de Boston. Mientras el sanjuanino atendía a la gente en la tienda de su tía cuenta que estuvo “triste muchos días, y como Franklin, a quien sus padres dedicaban a jabonero, él que debía robar al cielo los rayos y a los tiranos el cetro, toméle desde luego ojeriza al camino que sólo conduce a la fortuna. En mis cavilaciones en las horas de ocio, me volvía a aquellas campañas de San Luis en que vagaba por los bosques con mi Nebrija en las manos, estudiando mascula sunt maribus”. Las campañas de San Luis refieren al tiempo que pasó junto a su mentor José de Oro a quien acompañó en un destierro sufrido por el eclesiástico.
Más adelante confiesa; “Yo me sentía Franklin; ¿y por qué no? Era yo pobrísimo como él, estudioso como él, y dándome maña y siguiendo sus huellas, podía un día llegar a formarme como él, ser doctor ad honorem como él y hacerme un lugar en las letras y en la política americanas. La vida de Franklin debiera formar parte de los libros de las escuelas primarias. Alienta tanto su ejemplo, está tan al alcance de todos la carrera que él recorría, que no habría muchacho un poco bien inclinado que no se tentase a ser un Franklincito


Joven Autodidacta

“En 1826 entraba tímido dependiente de comercio en una tienda, yo, que había sido educado por el presbítero Oro en la soledad que tanto desenvuelve la imaginación, soñando congresos, guerra, gloria, libertad, la república en fin…”
Mientras podía, el joven Domingo se dedicaba a sus lecturas en tiempos de ocio. Cuenta que ya poseía las nociones básicas en “historia, geografía, religión, moral, políticapero le faltaba la manera de desarrollar y especificar sus conocimientos. “Pero debe haber libros, me decía yo, que traten especialmente de estas cosas, que las enseñen a los niños; y entendiendo bien lo que se lee puede uno aprenderlas sin necesidad de maestros; y yo me lancé en seguida en busca de esos libros, y en aquella remota provincia, en aquella hora de tomada mi resolución, encontré lo que buscaba, tal como lo había concebido.”


La traducción de obras literarias fue uno de sus métodos utilizados para el aprendizaje de idiomas, contando en algunos casos, solamente con la ayuda de un diccionario; “La codicia se me había despertado a la vista de una biblioteca en francés perteneciente a don José Ignacio de la Rosa, y con una gramática y un diccionario prestados, al mes y once días de principiado el solitario aprendizaje, había traducido doce volúmenes. Catorce años he puesto después en aprender a pronunciar el francés, que no he hablado hasta 1846, después de haber llegado a Francia.”
“En 1833 estuve de dependiente de comercio en Valparaíso, ganaba una onza mensual, y de ella destiné media para pagar al profesor de inglés Richard, y dos reales semanales al sereno del barrio para que me despertase a las dos de la mañana a estudiar mi inglés. Los sábados los pasaba en vela para hacerlo de una pieza con el domingo; y después de mes y medio de lecciones, Richard me dijo que no me faltaba ya sino la pronunciación, que hasta hoy no he podido adquirir”.


Rebelde y unitario

“A los dieciséis años de mi vida entré en la cárcel, y salí de ella con opiniones políticas. Era yo tendero de profesión en 1827, cuando me intimaron por la tercera vez cerrar mi tienda e ir a montar guardia en mi carácter de alférez de milicias.
Añadí un reclamo en el que me quejaba de aquel servicio, diciendo: "Con que se nos oprime sin necesidad". Fui relevado de guardia y llamado a la presencia del coronel del ejército de Chile, don Manuel Quiroga, gobernador de San Juan.
Era la primera vez que yo iba a presentarme ante una autoridad, joven, ignorante de la vida y altivo por educación, y acaso por mi contacto diario con César, Cicerón y mis personajes favoritos; y como no respondiese el gobernador a mi respetuoso saludo, antes de contestar yo a su pregunta —¿Es ésta, señor, su firma?—, levanté precipitadamente mi sombrero, calémelo con intención, y contesté resueltamente: —¡Sí, señor!— La escena muda que pasó en seguida habrá dejado perplejo al espectador dudando quién era el jefe o el subalterno, quién a quién desafiaba con sus miradas, los ojos clavados el uno en el otro, el gobernador empeñado en hacérmelos bajar a mí por los rayos de cólera que partían de los suyos, yo con los míos fijos, sin pestañear, para hacerle comprender que su rabia venía a estrellarse contra una alma parapetada contra toda intimidación. Lo vencí, y enajenado de cólera, llamó un edecán y me envió a la cárcel. 

“Hasta la casualidad me empujaba a las luchas de los partidos que aun no conocía. En una fiesta del Pueblo Viejo, disparé un cohete a las patas de un grupo de caballos, y salió de entre los jinetes a maltratarme mi coronel Quiroga, ex gobernador entonces, atribuyendo a ultraje intencional lo que no era más que atolondramiento. Hubimos de trabarnos de palabras y estrecharnos, él a caballo y yo a pie. Hacíanle a él voluminosa causa cincuenta jinetes. Yo también era en aquel instante la cabeza de una falange que se había apiñado en mi defensa. El partido federal, encabezado por Quiroga Carril, estaba a punto de irse a las manos con el partido unitario, a quien yo servía sin saberlo, en aquel momento, de punta. El ex gobernador se retiró confundido por la rechifla, y acaso asombrado de tener, segunda vez, que estrellarse en presencia de un niño, que ni lo provocaba con arrogancia, ni cedía con timidez, una vez metido en el mal paso. Al día siguiente era yo unitario. Algunos meses más tarde conocía la cuestión de los partidos en su esencia, en sus personas y en sus miras, porque desde aquel momento me aboqué el proceso voluminoso de las opiniones adversas”. 

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