viernes, 8 de marzo de 2013

Un Héroe, Una Tumba

En la madrugada del 9 de octubre de 1841, el general Juan Galo de Lavalle murió en la ciudad de San Salvador de Jujuy, en la casa de Zenarrusa (Hoy Museo Histórico Provincial).
El hecho no está para nada esclarecido. La versión más difundida cuenta que un grupo de milicianos federales, al ver luz en la casa donde hasta el día anterior se había alojado el Dr. Vedoya abrió fuego y una bala que atravesó la puerta, fue a darle mortalmente en la garganta, sin que su victimario, José Bracho, supiera en un primer momento, que el hombre al que su tiro había derribado accidentalmente, era nada menos que el jefe de la cruzada antirrosista.


Casa Dónde Fue muerto Lavalle, hoy Museo Histórico de la Provincia de Jujuy


El anuncio de la muerte del general causó estupor en su ya desbastada tropa, que lejos de dispersarse para salvar sus vidas, decidió continuar la lucha por la única causa heroica que le quedaba por cumplir: llegar hasta la frontera de Bolivia, para poner a salvo los restos de su jefe.
Ya en el poblado de Tilcara, ubicado a casi 70 kilómetros de la capital jujeña, el ejercito que portaba el cuerpo de Lavalle se detuvo en la antigua capilla de la ciudad para velar sus restos. En realidad, no está claro el hecho de que dicho lugar ubicado en una esquina frente a la plaza de Tilcara fuera simplemente una casa de familia, a la cual se intentó "dar" status de templo religioso solamente durante el año 1841 simplemente por haber sido el lugar donde fueron velados los restos del malogrado General.


Casa dónde fueron velados los restos de Lavalle en Tilcara (Jujuy)


No existe documentación sobre el tiempo que permanecieron allí, pero los historiadores coinciden en que, dada la proximidad de las tropas enemigas, solo fueron un par de horas. No hubo velorio oficial, sólo un breve responso. Después de nuevo la marcha. Pero como el cadáver había empezado a descomponerse, se decidió, 30 kilómetros después, descarnarlo a orillas del arroyo de Huacalera. Con el corazón en un tachito de agua ardiente y los huesos guardados en cajas, cubiertos con arena fina y seca del camino y la cabeza envuelta en un pañuelo blanco muy ajustado, esos 178 hombres y Damasita Boedo, su última amante, continuaron la marcha hasta cruzar el pueblo de La Quiaca, confín de la patria y penetrar en suelo boliviano el 17 de octubre, día ese en que su general Lavalle hubiera cumplido 44 años. 


Museo Histórico Provincial de San Salvador de Jujuy. La puerta por dónde se especula pasó el disparo, ha sido en parte restaurada y hace imposible que las pericias extraigan nuevas conclusiones. Tierra de Riobamba junto a la imagen de Lavalle. Réplica del poncho de Lavalle cuyo original se encuentra en el Museo Enrique Udaondo de Luján.


Lavalle se proclamó al frente de la Legión Libertadora en 1839. Era su propósito, y el de todo el partido unitario del cual algunos de sus miembros más representativos (Florencio Varela, Julián Segundo Agüero, etc) se encontraban exiliados en Montevideo, terminar con el gobierno de Juan Manuel de Rosas el cual se encontraba atravesando un momento de crisis, que tras superarlo saldría fortalecido dando comienzo al período más sangriento de su dictadura.
Los dos años subsiguientes fueron para el León de Riobamba, de derrotas y desastres militares: Las batallas de Quebracho Herrado y Famaillá  marcarían el final de esta campaña. La primera ocurrida el 28 de noviembre de 1840 en la provincia de Córdoba, enfrentaría a las tropas libertadoras con las huestes del oriental Manuel Oribe quien vencería a Lavalle obligandolo a retirarse hacia el Norte, donde ocho meses más tarde sería vencido nuevamente en la localidad tucumana de Famaillá. 


Conducción del cadáver de Lavalle por la Quebrada de
Humahuaca. Óleo Juan Manuel Blanes (MHN)


Una herida en una de sus piernas y la consecuente gangrena, marcarían los últimos momentos de la vida de Lavalle. Los escritos del militar francés Alejandro Danel, alineado a las tropas libertadoras desde 1839,  
son la fuente de dónde se extrajo gran parte de la información referida a la suerte que corrieron los restos del General en su periplo a Potosí. Aquí un extracto;

Se trató de enterrar su cuerpo, llevando únicamente la cabeza. Medida a que me opuse resueltamente, proponiendo entonces al coronel Pedernera que yo en persona descarnaría dicho cadáver, antes que abandonar esos restos preciosos a la cruel profanación de los tiranos. Efectivamente, en primera parada por la falda del Volcán, me acerqué al rancho de una familia Salas, hacia la derecha del camino, pedí salmuera y un cuero en el que, con los ojos llenos de lágrimas extendí el cadáver de mi amado general, ya en completa corrupción, y como Dios me ayudó, es decir, sin otro instrumento de cirugía que mi humilde cuchillo, recordando sí que era hijo de un médico notable y que debí ser médico yo mismo, ha haber nacido con menos fuego en el alma y más egoísmo en el corazón.

Busto de Lavalle a metros del zaguán dónde fue encontrado muerto. Recreación de la sala velatoria en Tilcara (Jujuy)

 Los Restos del General Lavalle fueron depositados en la catedral de Potosí el 22 de octubre de 1841 y  en  1861 fueron, finalmente, repatriados a la Argentina, donde descansan en el cementerio de la Recoleta en la ciudad de Buenos Aires.


Mausoleo de Juan Lavalle. Cementerio de la Recoleta. Buenos Aires


 Entonces llegan los aledaños de Jujuy: ya se ven la cúpula y la torre de la iglesia. Es la quinta de  los tapiales de Castañeda.  Es ya de noche. Lavalle ordena a Pedernera acampar allí. Él, con una pequeña escolta irá a Jujuy. Buscará una casa dónde pasar la noche: está enfermo, se derrumba de cansancio y de fiebre. [...]
 Pedernera, que duerme sobre su montura, se incorpora nerviosamente: cree haber oído disparos de tercerolas. [...] tiene una sombría intuición, piensa que deben ensillar y mantenerse alerta. Así se empieza a ejecutar cuando llegan dos tiradores de la escolta de Lavalle, al galope, gritando: ¡Han muerto al general! [...] 
En el zaguán, bañado en sangre, yace el cuerpo del general. Arrodillada a su lado, abrazada a él, llora Damasita Boedo. [...] Todos corren, gritan. Nadie comprende nada: ¿dónde están los federales? ¿Por qué no han muerto a  los demás? ¿Por qué no han cortado la cabeza a Lavalle?
 Ernesto Sábato, "Sobre Héroes y Tumbas".

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